domingo, 9 de junio de 2013

GALLEGUITA CON CARNÉ

Soy de Avellaneda. Del sesenta y ocho. De la época en la que el DNI te lo daban recién a los ocho y la foto de perfil con el pelo atrás de la oreja te la sacaba un milico. En la foto del DNI tenía el cabello a la altura de los hombros, un espantoso flequillo peinado para el costado y los dientes grandes y separados. Lo sé porque esa misma foto es la que aún tiene mi vieja en la billetera. En cambio de la otra foto, la del carnet de socia del Rojo, me acuerdo. La llevo en el corazón. Tengo presente el día en que me la sacaron. Fuimos caminando hasta la sede por Mitre como tantas otras veces. Una cuadra de la mano de mamá. Una cuadra a caballito de papá. En la sede esperaba el abuelo. Estaba de espaldas mirando las vitrinas. Entré corriendo y le grité: “Lolo!!!” En un cuartito con cortina, un tipo con la camisa arremangada y un pucho en la boca me sacó la foto. De frente, con el pelo largo y en la cara, sonrisa de oreja a oreja para que se vieran los dientes chiquitos y desparejos.

- Vení, galleguita… Ahora que tenés ‘carné’, vamos a recorrer la sede. Por las escaleras, así contamos las copas.

Y me fui a upa del Lolo, a respirar años de gloria, con mi enterito de hilo tejido a rayas y el comprobante de SOCIA en la mano.

Tenía cuatro años y hacía calor.

Mi hermana seguramente dirá que no puedo acordarme, pero yo sé que si. Como me acuerdo del disco chiquito que me ponía el abuelo con las canciones de la cancha. Esas mismas que nombraban a jugadores que ni siquiera vi jugar… “Santoro, Monges y Pavoni, Ferreyro, Pastoriza y Acevedo… Mura, Savoy y Artime, Yazalde, Bernao y Tarabini... Independiente, de Avellaneda… el campeonato qué bien te queda”.

Como me acuerdo de la banderita de plástico que tuve cuando fuimos a recibir al equipo que volvía de Córdoba con la copa del Nacional del ‘77. Con ocho en la cancha, con fuerza, garra y corazón trajimos esa copa.

Crecí esperando los miércoles y los domingos para escuchar el partido o para ir al estadio. Cuando no podía ir, aguardaba sentada en la escalera los “manise” que me traían en una bolsita de papel y que había que pelar.

Recuerdo las manos gastadas de mi abuelo frotándose una contra otra cuando no ayudaba el resultado y los enojos de mi viejo cuando aún ganando no jugábamos bien.

Pasé mis veranos en la pileta de la cancha, en la colonia de vacaciones. La misma a la que iban hinchas de Racing o de Boca, porque “la nuestra era mejor”. Y a veces el abuelo me venía a buscar. Y en lugar de volver en micro, volvíamos caminando. Lo hacía sólo para pasar con el pecho erguido por delante del cilindro y decir: “tanto ladrillo y ni sombra nos hacen”.

El abuelo caminaba lento y constante, arrastraba los pies, miraba para abajo y hacía un chasquido con la boca cada tres o cuatro pasos, pero cuando hablaba del Rojo se volvía ágil y se le iluminaba la cara.

Racing era el enemigo, pero vaya uno a saber por qué, él disfrutaba de los partidos contra Boca. “El bocha siempre le hace un gol a Gatti, galleguita, siempre”.

Y un día el Lolo fue vitalicio y cambió de platea, pero no de costumbres. Me llevaba de la mano, compraba maníes y se frotaba los dedos. No gritaba los goles, solo decía ‘GOL’, así, con mayúsculas lo decía. Y levantaba los brazos por encima de la cabeza con los puños cerrados y el pulgar para afuera. Los goles los gritaba yo. Con alma y vida. Y él, gallego tosco y cariñoso, me palmeaba la espalda.

Si no nos encontrábamos, llamaba para preguntarme si había visto una jugada del Burru o el gol de Percudani en Japón.

Y un día me llamó por teléfono, justo antes de subir a una ambulancia.

- Galleguita… me estoy yendo a la clínica. Es un chequeo, nomás. Termina el mundial y vamos a la cancha. Brindisi nos va a sacar campeones otra vez.

El abuelo nunca salió de la clínica. Murió días después, el 9 de julio del 94. Pero tenía razón, Brindisi nos sacó campeones. Otra vez.

Pasaron los años y tuvimos algunas glorias más. Y con cada gol y cada copa he mirado al cielo para dedicárselo al Lolo. Ahora también.

Ahora que estamos ahí abajo en la tabla de los promedios me acuerdo de él. Y de las copas que contaba en las vitrinas de la Sede. De las banderitas de plástico. Del disco chiquito de vinilo. De la pelada del Bocha que vi avanzar.

Fecha tras fecha pienso que esto es un mal sueño. Me aferro a la posibilidad numérica como esperanza de condenado a muerte. Me indigna pensar en la alternativa de que otros pierdan. Hago memoria de todos los partidos que tendríamos que haber ganado. El que estaba pendiente del Apertura y podía lograr que empezáramos el campeonato fuera de zona roja. El penal que erró el Tecla en el primer partido contra Newell’s justo cuando Racing perdía por goleada contra Rafaela. El que empatamos con Quilmes, que contaba doble, igual que con Unión. Ya no sé cómo es ver un partido sin la calculadora en la mano.

Fecha tras fecha pienso que esto es un mal sueño. Que me voy a despertar y que me va a llamar el abuelo para decirme que Brindisi nos va a sacar campeones otra vez. No está muerto quien pelea. Y la vamos a pelear. Hasta quedarnos sin aliento. Porque somos Independiente, el orgullo nacional. Y así será siempre, aunque nos vayamos a la B.

El abuelo ya no está. El viejo tampoco. Ya no vivo en Avellaneda. Se fueron rompiendo todas las banderitas de plástico. Y me golpea esta dura realidad. El domingo que viene voy a comprar maníes con cáscara. Si, si señores. Yo soy del Rojo. Desde la cuna y hasta la eternidad. Sí, Lolo, siempre voy a ser la galleguita con carné