Plegaria de la India Tehuelche de Nicolás Isidro Bardas Jardín Botánico Carlos Thays, Palermo |
La india había sido muy querida en la estancia, y los patrones buenos tomaron a Malen y la llevaron al casco principal. Al cuidado de las dos cocineras, Malén creció con el aroma de la leche con vainilla y con la bondad del pan, con la fortaleza que da el puchero del blanco y la calidez del horno de barro, con las caricias de cuatro manos de mujer y las historias de la india que escuchaba mirando a la madre de arcilla.
Cuando cumplió diez años, la patrona buena la fue a ver con una cachorrita en brazos. Le dijo que había nacido con una pata mala y que no servía para las labores con los animales. Le dio un beso a Malen y se despidió. Sus hijos la llevaban a Río Gallegos a que ‘muriera más cómoda porque estaba muy vieja ya para estar en la estancia’. Malen llamó Wuim a la perra y la apretó fuerte contra su pecho. Por la tarde, cuando fueron a contarle que los patrones buenos habían muerto en un accidente, la encontraron en la misma posición. Wuim es suave y color canela. Tiene la pureza de un alma virgen y la alegría de una vida incipiente. En los ojos, la tristeza de la soledad y el ruego de afecto.
Los tres hijos de los patrones buenos se hicieron cargo de la hacienda y todo cambió. Los patrones malos trasladaron a Malen al corral de los indios porque ‘ya estaba grandecita y hacían falta mujeres para atender a la peonada’. Los indios colgaron un quillango y aislaron un lugar para la niña. Armaron una cama de pasto seco, sobre una roca le pusieron a la madre de arcilla y repararon un viejo canasto para Wuim. En el invierno Malén tejió gruesas mantas para todos y se amigó con la escarcha.
Empezó a trabajar entre peones y guanacos, entre arrieros y ovejas. Pasó de la leche con vainilla y pan caliente al agua estancada y el estiércol. El viento cruel y violento forjó su carácter y el frío sureño se instaló en sus huesos. Wuim es su refugio y su memoria de otro tiempo, la espera cada noche temprana echada en la entrada del corral. Si pudiera correr andaría a su lado de luna a luna. Malén amanece antes que el sol para preparar el mate y traer el pan para los hombres, limpiar los corrales y recoger los deshechos de los excesos de la noche anterior. Aprendió a comer entre tareas, de a poco y a la carrera, a ampollar los pies y dejar la piel en las botas de cuero crudo, a cuartear las manos y sangrar los labios, a curtir la piel y domar el ánimo.
Se hizo mujer a los golpes y supo que no era bueno serlo entre tanto hombre señero que aplaca su soledad y las inclemencias con aguardiente.
Apenas su cuerpo dibujó la primera curva, sus pechos supieron del fervor de la mano del blanco rudo y cerril. Y tiempo después hubo un hombre que le hizo palpar las diferencias entre varón y mujer. Y otro día, otro le hizo sentir su virilidad, recia y erecta. Después vinieron otros días y otros hombres. La primera vez lloró de miedo. La segunda, de impotencia. Y las otras veces ya no lloró. En las tardes oscuras del confín de la tierra, vuelve sola al corral, arrastrando su miseria, con los ojos gachos para no encontrarse con la mirada de la madre de arcilla. Así se acuesta en su cama de paja seca. Wuim se acerca y cura con saliva las heridas de sus manos, lame sus pechos y obtiene miel de su sexo mientras Malen sueña en tehuelche con poder volver a llorar.