martes, 20 de julio de 2010

LA MOCHILA

Es una mañana fría en Buenos Aires. Los árboles ya empezaron a despedir el verano y nueve grados serán una nueva marca meteorológica para terminar febrero.
Camila entra al edificio y saluda al empleado de seguridad sin sacarse los anteojos de sol. Pasa su tarjeta por el molinete y sube al ascensor.
- Ascensor subiendo.
- Quinto piso.
La voz metálica del receptáculo inteligente será la última que escuche hasta las nueve menos cinco, cuando Betancourt le diga buenos días.
Con la tarjeta magnética abre la puerta de vidrio del piso. Mientras con una mano pone sus anteojos como vincha, con la otra enciende la computadora y luego busca la llave del armario en la cartera que aún cuelga de su hombro.
Acostumbrada ya a esta rutina, casi como un robot deja el estuche de cosméticos sobre el escritorio y saca el café del primer estante. Tres cucharadas serán suficientes para un líquido caliente que no genere quejas.
Prepara la bandeja con las tasas y pocillos, llena un termo con agua caliente del dispenser y busca la canastita con los saquitos de té y los sobrecitos de azúcar.
El monitor reclama una clave que ingresa en el teclado sin sentarse aún. Por último, guarda la cartera en el armario, cierra las puertas y se sienta en su silla rodante y giratoria en el escritorio en ele ubicado frente a la puerta de ingreso al piso.
La cafetera comienza a soltar vapor y Camila inicia su breve sesión de maquillaje. Ocho y cuarto. Los teléfonos no comenzarán a sonar hasta pasadas las nueve. Si no fuera por la monótona protesta de la cafetera el silencio sería total.
Guarda el portacosméticos, se sirve un café y la computadora, como si hubiera esperado que ella terminara, concluye la carga de archivos de inicio.
Camila acomoda los dedos sobre el teclado al tiempo que su agenda del correo electrónico le recuerda en el monitor “reunión de objetivos”.
Prepara los archivos para la presentación mensual. Enciende la impresora. Carga hojas en la bandeja. Comienza a imprimir y fija los ojos en la pantalla tomando el café. Alternativamente mira hacia los ascensores para ver si alguien llega antes, y hacia el teléfono, como si fuera a sonar por simple observación.
A medida que van saliendo las copias, las separa con un papelito de color con el nombre del vendedor. Primero, Betancourt. Siempre llega temprano. No parece vendedor, pero es el mejor. Año a año tiene el record de ventas. Siempre viste trajes claros, inclusive en invierno. Camisa blanca y corbata azul si el traje es celeste. Corbata gris si el traje es gris. Siempre zapatos negros con cordones. Siempre el saco desabotonado y las manos en los bolsillos del pantalón. Si hace frío, el cuello levantado y una bufanda verde. Si llueve, paraguas. No usa piloto. Tampoco sobretodo. Siempre la mochila negra en la espalda acompañando su larga delgadez.
Segundo juego de copias para el gordo Román. Es el vendedor que tiene las cuentas más importantes y el más desagradable. Camila escribe su apellido y piensa en la charla del viernes.
- Dale, Camila... no te intriga saber qué guarda “Vetancurr” en la mochila?
- Ya le pregunté... Le dije si quería que se la guardara en su armario y me dijo que siempre la lleva con él por si necesita guardar algo.
- Pará, boluda... no me vas a decir que te creíste eso... debe guardar algún secreto? Tendrá una amante gorda? Sos una boluda generosa, nena. Lo que queremos que averigües es si tiene datos de mercado, de clientes... Es un aparato y vende más que nosotros, queremos que lo espíes, que busques su agenda, sus notas... Inspirate boludita, el flaco está muerto con vos, es con la única que habla.
Los demás se reían y sugerían disparates acerca del contenido de la mochila. A ella no le cae mal Betancourt, por el contrario, es muy amable y el único que se interesa por sus cosas. Pero Camila quiere pertenecer “al grupete”, como ellos mismos se llaman. Quiere ser reconocida como uno de ellos, ir a sus fiestas, participar de sus encuentros, de sus jodas telefónicas.
Hay que admitir que Betancourt es un solitario, un bicho raro, diferente. Parece aburrido y fuera de época. Ninguno sabe nada sobre su vida privada.
Las bromas son continuas y Camila se une a ellas con bastante culpa, pero deseosa de que la consideren una más.
Décimo juego de copias para Macarena Vidal. Nueve menos diez. El monitor acusa un mensaje de la impresora “error de impresión”.
Camila se agacha bajo el escritorio y ve que falta papel. Va hacia el armario, trae una resma y repone hojas, pero el monitor sigue diciendo “error de impresión”. Levanta la tapa de la impresora y de rodillas en el piso, trata de liberar una hoja que quedó atascada.
Nueve menos cinco. Estaba bajo el escritorio tratando de liberar el papel atascado en la impresora cuando sonó la chicharra. Aún agachada, miró por encima del escritorio y tras la puerta de vidrio vió a “Vetancurr”.
Abrió la puerta y se sentó en su silla frotándose la cabeza con la mano. El flaco Betancourt, siempre puntual, entró despacio y saludó simple y correctamente, como siempre.
- Estás bien?
- Sí, me sorprendió la chicharra y me golpeé con el borde del escritorio... se atascó el papel.
- A ver...
Dejó la mochila sobre el escritorio y pidió a Camila su lugar.
Nueve en punto. Se escuchó la voz del ascensor.
- Quinto piso.
De un salto, Camila esquivó a Betancourt y pasó al frente del escritorio para presionar el pulsador que abre la puerta a tiempo que Rivas, Gerente de Ventas Corporativas, la empujaba.
- Buenos días, Doctor.
- Los Ejecutivos de Cuenta a la sala, por favor.
- Eh... Doctor... sólo está Betancourt –y señaló bajo el escritorio con un gesto que provocó que Rivas frunciera el ceño-. Se atascó el papel, señor.
- Que venga. Ahora!
El flaco se levantó estirando sus pantalones e indicando con un movimiento espasmódico de manos que ya estaba lista la impresora. Con paso corto y ligero, se dirigió a la sala acomodándose el pelo y la corbata.
- Gracias Betanc... Te dejaste la moch...
Mientras agradecía vio la mochila sobre el escritorio y su instinto fue avisarle, pero ahogó la frase. Era su oportunidad de ver qué guardaba. La contempló fijamente durante un rato. Luego, la tomó en sus manos y la apoyó en sus piernas, bajo el escritorio. Le pareció liviana.
Ascensor. Macarena. Pulsador. Puerta. Saludo urgente.
- Tengo mensajes?
- No. Está Rivas. En la sala.
- No me jodas... Dame una presentación. YA!
Macarena separó sus hojas y apurada y torpe tiró el abrigo sobre el escritorio, agarró un cuaderno y de lejos gritó:
- Camila, llamalo a Román que está desayunando con los chicos y que vengan ya. Avisales que está Rivas... Cómo no llamaste antes, mujer!!
- Es que llegó cuando se atascó la impresora... –Camila intentó explicar pero se dió cuenta de que ya no la escuchaba. Sólo percibió que mascullaba “sos una inútil...”
Llamó a Román y se quedó mirando la mochila. Se preguntaba una y otra vez qué hacer. Por momentos quería abrirla, pero no se animaba. Qué guardaba? Por qué la cargaba a diario y no se despegaba de ella?
Se puso a pensar que, a su manera, cada uno carga una mochila. Ella misma quería ser integrada a un grupo al que no pertenecía y eso le pesaba. Quizás en ese momento tenía en sus manos el pase de ingreso.
- Y Camila, llamaste?
- Están viniendo...
- Los voy a esperar. No sé qué se trae Rivas entre manos y no quiero estar sola.
- Está con “Vetancurr”...
- Ah!!! Entonces son varios... el flaco, Rivas y la mochila... –Macarena se rió fuertemente casi descargando los nervios que tenía.
- No, Maca, la mochila la tengo acá.
Temblorosamente la alzó. La que antes le pareciera liviana ahora pesaba en sus manos. La apoyó en el escritorio al tiempo que Macarena se abalanzaba sobre el pulsador para abrirle la puerta a Román y compañía que llegaban corriendo.
- Vamos... Las presentaciones?
- Pará Román... mirá lo que tiene Camila.
Los ojos cómplices del grupo miraron satisfechos a la secretaria que les entregaba impunemente la intimidad del flaco.
- Y dale, abrila –incitó Román.
Los cuerpos se inclinaron sobre el escritorio formando una cúpula con las cabezas sobre la mochila. Cuando hubo corrido el cierre por completo, escucharon la puerta de la sala de reunión. Todos se apartaron y Camila quedó frente a Betancourt.
El flaco la miró directamente a los ojos ignorando la situación.
- Rivas pide el café, pero veo que estás ocupada. Yo llevo la bandeja.
Con el mismo andar despreocupado de siempre dio media vuelta y se alejó. El silencio se hizo tan grande que aún después de haber cerrado la puerta de la sala se escuchaba el ruido de platos y tazas chocando entre sí.
Camila se desplomó completamente abochornada sobre la silla llorando como una criatura. Abrazó la mochila y despidió “al grupete” con la mirada furiosa y llena de vergüenza. Nunca sería parte. Nunca les diría que la mochila que ahora abrazaba desconsolada estaba vacía.

1 comentario:

  1. Me encantó Adri. El boceto de una situación de oficina. Como te digo siempre: usás pinceles...

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"Quien escribe es escritor sólo si ha encontrado quien lo lea."
Gracias por leer y comentar!!