domingo, 1 de mayo de 2011

Libros de grandes

Mi papá tenía una biblioteca escondida. Un archivo, en realidad. Era un techo falso en su taller-escritorio. Ahí tenía diarios de fechas críticas, como la llegada del hombre a la luna o el fin de la segunda guerra mundial. Pero también tenía revistas “prohibidas”: alguna “Primera plana”, un par de “Todo es historia”, varias “Humor” y hasta una que otra “Extra”. Y también estaban los libros, los que se salvaron de la parrillada del '77. Esos libros que tenían olor a clandestinos, eran como un tesoro para el viejo y una tentación para mí. Estaban atrás de todo. Atrás de las revistas, que estaban tras los diarios que estaban luego de las latas viejas de pintura. Nada había que me llamara más la atención que esos ejemplares forrados con papel de diario sin imprimir, papel de bobina. El viejo, como para disuadir mis intentos frecuentes de acceder a ellos decía que eran “libros de grandes”. Y, como nunca me mintió, con el tiempo descubrí que era cierto, eran libros de grandes escritores.
Cuando Alfonsín pronunció la célebre “vayan sacándole el polvo a las urnas”, papá desempolvó las latas de pintura y abrió un caminito hacia los libros que entonces se veían con sólo alzar la vista.
Así, con trece o catorce años accedí a “Sobre héroes y tumbas”. Fue el primer “libro de grandes” que leí en mi vida. Era un volumen de hojas gastadas y dobladas, cocido, con las tapas castigadas. Confieso que no lo entendí en lo más mínimo, pero me gustaba leerlo una y otra vez. Supongo que porque trata sobre una trágica historia de amor , o porque había algo velado en eso de los héroes y nuestra historia, o porque Barracas era casi lo único que conocía a esa edad además de Avellaneda.
Tanto hablé en los recreos sobre esa novela que las compañeras del colegio me lo regalaron para mi cumpleaños de 15, nuevito, con las tapas impecables, las hojas pegadas al lomo y sin olor a historia. Fue también el primer y único libro que tuvimos en nuestras bibliotecas tanto el viejo como yo. Los demás, los compartíamos.
Cuando logré comprender esa novela, compré “El túnel” y después, papá me prestó “Abaddón…”, que ya no estaba escondido ni tenía las tapas forradas.
Ya no tengo a papá a mi lado, pero tengo toda su obra en mi hermana y en mí misma. Hoy he llorado mucho al saber que usted tampoco estará más entre nosotros, pero fui hasta la biblioteca y ahí está mi “Sobre héroes…” el de las hojas pegadas y las tapas impecables, que ya tienen un poco de olor a historia.

Gracias, Don Sábato.
Gracias por su obra literaria, por su vida, por su honestidad extrema. Gracias por todo lo que aprendí al leerlo y escucharlo. Gracias por el Nunca Más. Gracias, Maestro. Buen viaje.

3 comentarios:

  1. Como dijo el propio Ernesto, la vida es tan corta que, cuando empiezas a aprender el oficio de vivir, ya te toca morirse. Descanse en paz.

    Saludos de parte de un aficionado a la escritura y a la lectura.

    ResponderEliminar
  2. Como en muchos de tus escritos, me cuesta ver las letras, tengo la vista empañada,HERMOSO!!Beatriz

    ResponderEliminar

"Quien escribe es escritor sólo si ha encontrado quien lo lea."
Gracias por leer y comentar!!