viernes, 1 de marzo de 2013

MISMA PUERTA

Para mis hijos, que ya son grandes.
Para mis primos, que son apasionados.
Para todos los que se atreven, que son valientes.
Las puertas siempre merecieron mi atención. Desde mi infancia. Tenía cuatro años cuando nos mudamos de la casa pequeña en la que nací a la casa grande de la que me fui treinta años después, el mismo día en el que me casé. Esa casa grande, además de un gran patio y un lavadero, tenía un baño, dos dormitorios, una cocina y un living comedor. Todas las puertas, incluyendo la de entrada a la casa, daban al living. Uno se sentaba a comer y podía contar cinco puertas. Mi madre las dejaba todas abiertas, inclusive la del baño, “para no sentirse atrapada”, decía. Quizás sea ese recuerdo. O un trauma por haber leído a edad temprana “Alicia en el país de las maravillas”.

Recuerdo que lo leí durante unas vacaciones de invierno. Cuando comenzaron las clases, nos pidieron que hiciéramos un dibujo alusivo a lo que habíamos hecho en esos días. Pinté toda la hoja de celeste, y dibujé allí una puerta en un extremo y en el otro una llave. La maestra me preguntó qué era y le dije que era la llave de la puerta flotando en lágrimas y tuve que rehacer el dibujo. Como dijo El Principito, “Las personas mayores nunca son capaces de comprender las cosas por sí mismas, y es muy aburrido para los niños tener que darles una y otra vez explicaciones”.

Las puertas son una invitación. Detrás de una puerta hay un mundo, conocido o no, pero un mundo. Para alguien con una curiosidad tan grande como la mía, pocas cosas son tan interesantes como una puerta.

Son las dueñas de un secreto, sólo ellas saben lo que encierran. Son las dueñas de la intimidad, las poseedoras de un poder que muchos ansían, las administradoras de las confidencias, las cómplices de lo clandestino, son amas y señoras del anonimato. Las puertas son anfitrionas de una velada, el comienzo de una aventura, el pasaje a lo nuevo, a lo diferente, al futuro, al pasado, a la transformación, a los recuerdos.

Las puertas se abren o se cierran. Y eso es determinante. Hay un antes y un después. No somos los mismos luego de cruzar.

Mis hijos van al mismo colegio, en un edificio grande ubicado en una esquina. El jardín de infantes tiene ingreso por la avenida, y el primario por la calle perpendicular. Ayer comenzaron las clases y entraron juntos, por primera vez, por la misma puerta. Ya son grandes, los dos. Ahora se van a encontrar en los recreos, o en el baño, se van a pedir ayuda, van a discutir por algo, se van a alegrar por los logros del otro. Pero están juntos, en el mismo camino.

Hoy se casó mi primo, el del medio. Los observé largamente mientras ellos escuchaban al juez y pensé en la puerta de su casa. Hoy cuando la crucen van a hacerlo juntos por primera vez como esposos. Y ser esposos es una puerta que abrieron. Ahora se van a encontrar en la terraza, o en el baño, se van a pedir ayuda, van a discutir por algo, se van a alegrar por los logros del otro. Pero están juntos, en el mismo camino.

No todos pueden pasar, juntos, por la misma puerta, hay que ajustar la trocha, crecer conectados, saber que uno cuenta con su par, mirarse a los ojos y confiar, compartir el espacio, el secreto, la intimidad.

Hay que ser valiente, apasionado y grande para entrar por la MISMA PUERTA.

1 comentario:

  1. Me gusta el antes y el después, es cierto que nada es lo mismo. Pero me gusta más eso de "ajustar la trocha, crecer conectados, saber que uno cuenta con su par, mirarse a los ojos y confiar", es todo un desafío cruzar juntos esa puerta invisible

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"Quien escribe es escritor sólo si ha encontrado quien lo lea."
Gracias por leer y comentar!!