miércoles, 22 de abril de 2009

MUJER EN EL ANDEN


Está parada, apoyada en el pilar de cemento que sostiene las rejas. Tiene el rostro amarillo, la cara oblonga, los ojos pegados a la nariz delgada y larga. Las cejas, colgadas de los ojos hundidos. Lánguida, como si fuera una pintura moderna y viva de Modigliani.

Imagen gris. Zapatos negros, pantalón gris, camisa blanca, sweater gris, ojos claros, cabello gris, ese cabello que le llora la cara.

En lugar de sus labios hay una delgada línea blanca, enmarcada por dos surcos incoherentes que le aplastan el gesto. Levanta la vista y pasea la mirada, cenicienta y seca, por la vía.

Cada tanto, contiene en el pecho un suspiro apretado. Los brazos, cruzados sobre el torso, sosteniendo el olvido, o quizás el hastío. Melancólica, cobijando tal vez, el recuerdo cálido de un abrazo perdido.

Soporta la demora flexionando algo las rodillas, apoyando la cintura en la pared baja. Luego, inclinando la espalda hacia delante. Minutos más tarde, cediendo el peso de su cabeza a un lado y hacia abajo.

El aire de otoño la acompaña, la saludan las hojas secas a su paso y ella contesta apenas con una mueca. Un rictus obligado para no sentirse muerta.

El tren no llega. La espera se hace densa y le pesa. La vida le pesa.

1 comentario:

  1. Qué te cuento? El gris no es para los mediocres....el gris es horroroso empujón. El negro se lleva con furia, el gris no se soporta con nada. Cuando se te pone gris la vida (no solamente un día) te cuesta hasta llorar. Menos mal que a veces el tren tarda en llegar, o lo que sea que a veces pasa que te devuelve al blanco, o al negro...

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