jueves, 12 de noviembre de 2009

LO BUENO, EN FRASCO PEQUEÑO



Se sienta siempre del lado del pasillo y busca las butacas enfrentadas. Ella ocupa un asiento y medio, casi dos. Es muy gorda. Es demasiado grande. Lleva su cabello oscuro y lacio recogido en la nuca, siempre bien peinado. Tiene la tez blanca y rubor natural en sus mejillas. Parece un dibujo de Botero. La cara regordeta, los ojos redonditos y vivaces, la boca finita, casi escondida en el mentón. La frente, ancha. Las orejas diminutas y pegadas a la cabeza. Siempre usa el mismo atuendo: pantalón de toalla amplio, polera con el cuello arrugado bajo la papada, buzo frizado, medias y zapatillas ambas exageradamente blancas. Si el pantalón es claro, el buzo es oscuro y viceversa.

Está siempre limpia. Pulcra. Tiene las manos y los pies absurdamente pequeños. Las uñas cortas y sin pintar, los dedos tan gordos que no los puede juntar.

Sentada, con las piernas abiertas, carga en su pecho una niña de meses en una rosada mochila portabebé. La acaricia incesantemente. En el estrecho espacio que queda a su izquierda, casi pegada a la ventanilla del vagón y con su manito sobre la pierna de la madre, viaja otra niña con pintor a cuadros de jardín. Tendrá unos tres años.

A la derecha, en el pasillo, pero pegado a su pierna, lleva un cochecito de paseo, tipo “paragüita”, con un niño, creo, con chupete y mucho pelo, negro, como el de su madre. Es extraordinariamente blanco y tiene los cachetitos gordos y colorados. Ojitos cerrados. Es igual a ella.

En los asientos enfrentados viajan otras dos nenas, más grandes. Van de la mano y visten guardapolvo blanco. Una de ellas, supongo que será la mayor, lleva además de su mochila escolar, el bolso del bebé, de los bebés.

Están todos acicalados y prolijos, van sentados tranquilos y se los nota bien educados. La madre tiene voz de miel, le canta al pequeño del cochecito mientras lo mece cada tanto, con el pie.

De vez en cuando se escucha por lo bajo un “Catalina, la espalda contra el asiento, por favor”, o un “Pachi, no patees a tu hermana”. Las niñas comentan sobre el paisaje o sobre algo que sucedió el día anterior en el colegio, todo en un tono tan amable que parece un párrafo de “Mujercitas”.

El tren se detiene en Belgrano, es tan gorda, que le cuesta moverse. Se para con cierta dificultad y acomoda el port-enfant en su pecho, arrastra el cochecito hasta el centro del pasillo y ubica a las niñas mayores por delante y a la pequeña al costado del paragüitas. Gira suavemente la cabeza hacia atrás y con un hilo de voz dice: “Facundo, vamos”. Y allí viene Facundo, con guardapolvo blanco, alto, delgado, mochila en la espalda y en cada mano otro niño, de unos seis años, diría que mellizos, con sendos delantales blancos y unas sonrisas de pocos dientes. Muy pulcros, muy prolijos.

Los observo con admiración y pienso: qué poco cuerpo para tanta madre.

2 comentarios:

"Quien escribe es escritor sólo si ha encontrado quien lo lea."
Gracias por leer y comentar!!